El
mundo ha cambiado de forma importante. A pesar de que seguimos viviendo con el
espejismo del antiguo modelo que ha demostrado su enorme fragilidad y al cual
nos aferramos, la verdad es que estamos en un momento crucial. Nos ha tocado
vivir este momento. Para bien o para mal.
La realidad es que a todos los niveles sociales y económicos estamos en una fase de experimentación, de ensayo de prueba y error. El escenario futuro no lo podemos dibujar completamente pero si podemos trazar algunas de sus líneas. Para poner un ejemplo rápido y fácil en el campo de la política, el caso de la irrupción de un partido como Podemos responde precisamente a esta era de la experimentación total que, además, está llena de contradicciones e imperfecciones, como no podía ser de otra manera.
Para
los que vemos con simpatía estas nuevas emergencias políticas, no debemos
olvidar que Podemos es un partido que su ideario se centra en gran medida en la
crítica a la casta, pero es un partido que surge de una casta muy
identificable, antigua e inamovible: la casta universitaria. Para los que
conocen bien la Universidad, ya saben a qué me refiero.
Pero
volvamos al centro de nuestro tema. Desde mi punto de vista, esta era de la
experimentación tiene su impulso motor en un hecho socioeconómico muy evidente
que está ocurriendo en las sociedades avanzadas: la reducción importante o
incluso el final de la clase media. Ya
comienza ver una bibliografía
interesante sobre este tema. Se empieza a hablar de la “ryanair society”. Es
esta clase media en su lucha por la supervivencia y su esfuerzo de adaptación a
la nueva realidad la que promueve y genera nuevas formas de consumo y nuevas
economías.
Estas
clases medias que han perdido renta y seguridad
siguen consumiendo productos y
servicios que antes estaban a su alcance gracias al fenómeno de la”
lowcostización”. A este fenómeno se superpone el proceso de “estetización” de
todo objeto de consumo, tal como lo entiende Gilles Lipovetsky. Cualquier
producto y servicio se construye con características y atributos de imagen que
provienen del mundo del lujo.
Tanto
la “lowcostización” como la “estetización”
son también respuestas del modelo de consumo establecido a la crisis profunda del
sistema que se reinventa continuamente
en su afán de supervivencia y de adaptación a las mutaciones que él mismo ha
provocado.
Otro
fenómeno que expresa el proceso de evolución, muchas veces contradictoria y
llena de tensiones, en esta era de la experimentación es el avance importante
de la “sharing economy”. Aplicaciones
móvil polémicas como la reciente sobre alquiler de taxi y que puso a todo el
sector en pie de guerra por competencia desleal son una muestra de ello.
Hay
casos menos polémicos como el buscador Airbnb de intercambio de residencias
para conseguir reducir costes en nuestras soñadas vacaciones. Aunque también es
otra forma de entender la experiencia turística, más cercana a lo antropológico
que a la simple vivencia “souvenir”. Me gustaría tener datos de cómo esta forma
de hacer turismo está afectando a los diferentes agentes del turismo
convencional.
Frente
a la economía convencional de una sola dirección tenemos la emergencia de la
economía colaborativa que trabaja en una doble dirección y donde no hay rastro
económico ya que se basa en un intercambio basado en la confianza mutua de las
dos partes de una serie de bienes o servicios.
En realidad
está todo ya inventado. En el mundo
rural de antes de la mecanización moderna del campo y antes de la emigración
masiva a las urbes industriales para satisfacer necesidades de mano de obra, la
economía colaborativa era clave en la supervivencia del sistema rural. Hace setenta u ochenta años, los vecinos de
los pueblos se hacían favores continuamente y se ayudaban mutuamente en las
labores del campo en un continuo y cordial intercambio. Por decirlo de una forma bastante torpe,
ofertaban servicios a cambio de otros servicios.
Quizá
haya que mirar más veces hacia atrás para seguir hacia adelante.