La respuesta sería, nada. Una pregunta más pertinente (o
impertinente) sería ¿Qué está haciendo el MK por una alimentación
insana? Y aquí la respuesta es… mucho. De forma recurrente salen en los diferentes
medios noticias y sucesos del caos alimenticio en cual estamos sumergidos los
consumidores-ciudadanos de estas sociedades postindustriales.
Quisiera señalar dos noticias que me han llamado poderosamente
la atención y que reflejan y demuestran
las dos preguntas que nos hemos hecho y las dos respuestas que nos hemos dado.
Una de ellas aparece en El Mundo con el amenazante título “El azúcar es el nuevo tabaco” (http://www.elmundo.es/cronica/2014/01/12/52d139ee22601d210e8b4577.html) El artículo señala que el azúcar es sumamente adictivo y es la principal causa, por encima de la
grasa, de la obesidad. Se da la paradoja de que en España el consumo de azúcar
de mesa ha caído en picado, pero se ha disparado su consumo en productos
elaborados e industriales y llega a unos niveles de consumo por persona y día de 120 gramos.
Es decir, consumimos azúcar sin ser
conscientes de ellos. Especialmente porque está en multitud de productos. El
azúcar está en todo; en el pan, en los refrescos, en la verdura congelada, en
la leche, en la salsa de tomate... ¡Un yogurt desnatado puede contener hasta
cinco cucharaditas de azúcar!
El siguiente artículo apareció en El País con
el inquietante título “¿Son las Oreo tan
adictivas como la cocaína?” (http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/10/16/actualidad/1381939950_427054.html) Recogiendo los resultados de un estudio, y partiendo del principio
ya asumido que los alimentos ricos en
grasas y azúcares estimulan el
cerebro de la misma manera que las sustancias adictivas, las emblemáticas galletas activan más neuronas
en el centro del placer del cerebro que
la cocaína y la morfina.
Esta es la realidad de las marcas que,
evidentemente, están más interesadas en vender todo lo que pueden que en una
auténtica preocupación por la salud de los consumidores. Y eso que vivimos en la
época del branding con causa donde las marcas dicen defender no solamente su
interés de empresa sino un bienestar social.
No solamente sus productos son muy mediocres
a nivel nutricional sino que sus estrategias de comunicación nos venden
beneficios que sus productos no tienen.
Cuentan relatos que el consumidor está ávido de escuchar pero que no
responden a una realidad de producto. Además, han generado tal confusión en la
mente del consumidor que éste ya no sabe
discernir el polvo de la paja.
Es paradigmático en este sentido la utilización y distorsión
del concepto SALUD que han hecho multitud de marcas desde diferentes enfoques y
avalando muy diferentes productos. En mi caso concreto, a estas alturas de la
película, yo ya no sé qué significa exactamente un producto sano. ¿Un jamón
york que tiene seis aditivos? ¿Ese yogurt desnatado al que hemos hecho referencia
más arriba?
Estas marcas se enfrentan a un gran desafío
si quieren triunfar, pero, sobre todo,
aportar algo a las sociedades en las que están (más allá de una campañita de
buenas intenciones sociales) Cambiar hábitos, actitudes y comportamientos del
consumidor habituado ya a la comida basura y viviendo estilos de vida
delirantes que van en contra de su armonía física y mental (bienestar) no es tarea
fácil. Pero para eso sirve el Marketing: para generar cambio (¿a que suena
potente esta última afirmación?)
Si hemos hablado del gran desafío de las
grandes marcas de la alimentación, no dejemos de mencionar las oportunidades
que surgen para nuevas marcas que pueden retar al mercado desde la iniciativa
de valientes emprendedores. Marcas que fabriquen productos “verdaderos” y que
hablen al consumidor desde la sinceridad de ayudar al bienestar social. Marcas
y productos que sepan copar trozos del mercado desde una perspectiva local y
sepan distribuir eficientemente sus
productos apoyadas por la logística moderna y las tecnologías de la información
y de la comunicación. El futuro está ahí, a la vuelta de la esquina. Solamente
hace falta doblar esa esquina.