¿Cómo hemos podido llegar a esta situación?
Por doquier se nota el tufillo del miedo. Hemos pasado meteóricamente de la era
del terror (el fanatismo violento de Bin Laden) a la era del acojono. Es el
miedo quien gobierna el mundo. Parece que el ser humano se mueve por las
pulsiones de este viejísimo sentimiento. Estoy dispuesto a afirmar que el miedo es más
poderoso que el amor como fuerza transformadora del individuo y de la sociedad.
En este momento de crisis económica y social,
el personal está muy acojonado. Todos los poderes de cualquier índole han
querido manipular y someter al personal a través de esa fuerza viscosa y oscura
que es el miedo.
Los curas se inventaron ese gran concepto manipulador
que es el pecado para para hacer comportarnos como a ellos le parecía adecuado.
Los jueces nos acojonan con sus mediocres,
tardías y poco “juiciosas” decisiones. En este país meterse en pleitos puede
llevarte por un tortuoso camino, ya que son
lentísimos los procesos y en no
contadas ocasiones con decisiones judiciales arbitrarias. En este sentido
España es un país “en desarrollo”
Los médicos y los expertos en salud nos
alertan de los peligros para la salud y nos hacen llevar vidas fuera de excesos
y vicios, tremendamente aburridas.
Los bancos, que nos vendieron lo que
quisieron en un alarde de charlatanería,
nos tienen agarrados por donde todos sabemos con sus hipotecas, préstamos y
dudosas inversiones. Somos una generación entera hipotecada para toda la vida y
atemorizada por el director de la sucursal bancaria de la esquina de nuestra
casa. Tenemos más miedo a este tipo que a nuestra suegra. ¿Cómo han sido tan
listos los bancos? Primero se llevaron nuestra pasta y ahora todos les tenemos que
dar pasta.
Y los políticos, que confunden reformas con
recortes, nos están empobreciendo de una forma alarmante. Además para afianzar
el miedo y limitar nuestra capacidad de reacción nos dicen una mentira más
gorda que el Himalaya: que las decisiones que se toman están impuestas por la
realidad y no queda más remedio. Hay aquí dos dimensiones muy reveladoras de
este relato del “acojono”. Por un lado, no se asumen responsabilidades, ya que
la responsabilidad parece que cae sobre otra señora que se llama realidad. Por
otro lado, aparece la falta de control sobre esa realidad. No hay dirección en
la conducción. El paso al pánico no queda muy lejos. Es evidente la gigantesca mediocridad de toda
la clase política en su incapacidad para
aportar elementos que minimicen la sensación de miedo. Todo lo contrario; son
en gran parte responsables de construir este miedo. Seguramente para perpetuarse como clase
política que almacena privilegios, intereses y favores de todo tipo.
La retórica del miedo tiene un componente
anestesiante muy poderoso. Consiste en destruir cualquier otra posibilidad afirmando taxativamente que no hay otra
opción. Se consigue de este modo un efecto parálisis. En una situación de tanto
cabreo generalizado, de tanta permisividad en los abusos y corruptelas varias,
¿hemos visto que se hayan tomado las calles? No.
Otro elemento de esta retórica es la construcción de
realidades ficticias que funcionan como
mantras y se presentan como verdades absolutamente incuestionables y a
las que, con el tiempo, se adhieren aquellos que las ponían en cuestión. Me
estoy refiriendo en concreto a la prima de riesgo. Hasta hace unos años, yo no
sabía que tenía una “prima”, “sobrina” o
“tía” que se llamase de esta guisa.
Hasta los sindicatos han incorporado en su discurso político este rollete
incomible de la prima de riesgo y hablan de ella con la máxima naturalidad.
Digámoslo de la forma más sencilla y pedestre
posible. La prima de riesgo responde a una simple maniobra especulativa de inversores internacionales, agencias de
calificación y grupos de interés que la manipulan a su antojo. Con la
connivencia de otros actores, entre ellos, países como Alemania, en su nuevo
rol de neonacismo económico.
Como ya he dicho en más de una ocasión,
pensaba que la crisis iba a ser la catapulta para un cambio de modelo, pero el
acojono es un gran aliado del inmovilismo.
(Publicado en I&M, Investigación y Marketing, nº 116, Septiembre 2012)
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